
¿POR QUÉ LA GENTE ESTÁ TAN MOLESTA CON JEROME POWELL?
Durante la conferencia del 30 de julio de 2025, Jerome Powell volvió a ocupar el centro de la atención. Frente a periodistas y analistas de todo el mundo, defendió su decisión —una vez más— de mantener las tasas de interés sin cambios. La Reserva Federal no tocará el rango actual de 4.25 a 4.5 por ciento. Y, aunque la inflación ha bajado considerablemente desde los picos de 2022, sigue por encima del objetivo. Por eso, Powell insiste: hay que esperar más datos antes de pensar en recortes.
Lo que dijo no sorprendió a los mercados, pero sí alimentó una creciente molestia pública. Una incomodidad que se viene acumulando no solo en inversionistas o analistas, sino en familias que quieren comprar casa y se enfrentan a hipotecas al 7 por ciento, en pequeños negocios que no pueden acceder a crédito, y en millones de personas que sienten que la economía no termina de liberarse.
En esa misma conferencia, Powell dejó claro que no hay una decisión tomada para septiembre. Esperarán dos nuevos reportes de empleo y dos informes de inflación antes de decidir si mueven la tasa. También reconoció que hay “riesgos en ambas direcciones”: si bajan demasiado pronto, la inflación podría regresar; si tardan mucho, podrían dañar el mercado laboral. Y aunque la respuesta es sensata desde lo técnico, para muchos no es suficiente.
Una de las preguntas más directas vino acompañada de una crítica implícita: ¿no será que esta espera está dándole excusa a muchas empresas para seguir subiendo precios? Powell reconoció que sí, que en otros ciclos pasó, y que algunas compañías podrían estar aprovechando la situación —como ocurrió con los aranceles a lavadoras durante el primer mandato de Trump, que terminaron subiendo también los precios de las secadoras. Pero de inmediato matizó: aún no hay evidencia clara de que eso esté ocurriendo a gran escala.
En ese punto, el tono de Powell fue el mismo de siempre: técnico, cuidadoso, sin promesas. Y ahí está una parte del problema. Para muchos, Powell no solo tarda en tomar decisiones, sino que comunica sin empatía. Su forma de hablar puede ser precisa para el entorno financiero, pero en momentos como este, suena distante de la realidad diaria. No es lo mismo hablar de “riesgos simétricos” que de la angustia de no poder comprar una casa o sostener un negocio.
Y como si el contexto no fuera lo bastante sensible, a esa misma Reserva Federal la visitó recientemente el presidente Trump. Fue una visita inusual. No ocurre todos los días que un presidente en funciones vaya a la sede del banco central. Powell la describió como “cordial” y se limitó a decir que el presidente pidió que terminen las obras de remodelación lo antes posible. Pero el gesto político quedó ahí, flotando. Y con él, la sensación de que la presión sobre la Fed está creciendo, aunque no se diga en voz alta.
Todo esto se suma a la percepción —cada vez más extendida— de que la Reserva Federal responde más a Wall Street que a Main Street. Es decir, que protege más a los mercados financieros que a la gente común. Powell, como figura pública, se ha convertido en el símbolo de esas decisiones técnicas que afectan la vida cotidiana de millones, aunque estén justificadas por modelos económicos.
Y aquí es donde nace, en mi opinión, el verdadero malestar. No se trata solo de tasas altas o de inflación; se trata de cómo se explican esas decisiones y de si se percibe o no que hay un propósito claro detrás. Cuando Powell habla, transmite cautela, pero no siempre claridad. Y en un contexto de incertidumbre, eso es combustible para la frustración.
El próximo capítulo de esta historia se escribirá el 17 de septiembre de 2025, cuando la Fed vuelva a reunirse. Para entonces, ya habrán salido los reportes clave que Powell espera. La gran pregunta será: ¿veremos el primer recorte de tasas o seguirán esperando?
Lo cierto es que la paciencia del público, del mercado y de la política se está agotando. Y aunque la inflación está más cerca del objetivo, la presión social está más lejos de la calma.
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